Dreamberry cierra. Y calla para siempre
Amsterdam representa el paradigma del turismo masivo, un cóctel irresistible para las masas millenium atrapadas en las redes sociales: prostitución, drogas, alojamiento barato, cruceros cutres y vuelos basura. La capital holandesa se sorprende a sí misma atrapada por millones de turistas depredadores armados de palos de selfie, invadiendo los coffeshop donde comprar hierba, los canales mugrientos y los escaparates del Barrio Rojo y da la voz de alarma y pide a los nuevos bárbaros digitales que se comporten, según publica el New York Times.
Pero no es solo Ámsterdam. Barcelona, Palma, Galápagos, Tailandia, Dubrovnik, Venecia… se horrorizan de su propio éxito, mientras el mundo se gentrifica al mismo ritmo que las masas destruyen las ciudades, los barrios, los caminos y las playas más publicitadas por el nuevo periodismo estilo Operación Triunfo y GuiriChef, donde se confunden y amalgaman las noticias fakes con las paridas y las estupideces.
El viaje ha muerto. Y si conocemos algún sitio particularmente auténtico, donde poder mezclarnos en silencio con sus nativos, disfrutar y aprender, es imperativo callar, apagar los móviles y los portátiles y huir de las redes sociales como de la peste rosa.
Dreamberry cierra tras más de 15 años y 3000 post publicados primero como http://www.dreamberry.es luego bajo la actual marca, y habiendo colaborado con Viajes El País y CeroDosBe entre otros medios de comunicación. Y con operadores indios, mexicanos, y estadounidenses, entre otros.
Hemos hablado de la economía del turismo, del turismo emisor, del viajero inmóvil, de libros de viaje y de algunos lugares recónditos. Nos hemos reído de los personajillos de este teatro, que empezó en la nada más absoluta y ha alcanzado las más altas cimas de lo grotesco.
Nombramos a Michael O’Leary de Ryanair campeón mundial de la infamia viajera cutre. Abel Caballero, el alcalde socialista de Vigo, le lleva pagando millones para que lleve su Air Kunta Kinte a la ciudad que preside este peronista-populista kitch. Eso se llama pagar por no volar, la economía del siglo XXI.
Vuelos baratos pagados por el ayuntamiento sanchista con los impuestos de todos, a quienes desprecian los derechos de los trabajadores y de los consumidores.
Cuando empezamos, allá por los setenta, los viajes eran refugio de hippies felizmente desnortados, desencantados en busca de su lugar en el mundo y nómadas vocacionales, porque como fuera de casa en ningún sitio.
Dejaremos esta página abierta hasta finales de año. Gracias a los lectores, algunos cientos de miles en estos años, y si nos encontramos en algún lugar solitario y sin publicitar nos pasaremos alguna seña secreta. En silencio.
alfonso ormaetxea