La maldición de las olas cántabras
Ya se sabe que en este país las cosas son solo blancas o negras. Y que cuando toca burbuja toca delirio hasta sus más amargas consecuencias. Así pasó por ejemplo con la fiebre de la heroína en los ochenta, sobre todo en el País Vasco donde se expandió sospechosamente y de forma masiva entre una juventud radicalizada. Y de la burbuja del ladrillo, que amenaza con resucitar al calor de la invasión turística de los arenales, hablaremos en otra ocasión. Y qué decir de la culinaria, con sus comistrajos, sus chefs de pega catódica y sus comidistas…
Ahora por la misma área pero con carácter lúdico festivo no exento de negocio se extiende como un incendio en el País Vasco la burbuja del surf, alimentada por la moda textil, una imagen californiana de buen rollito y un negocio boyante en torno a las olas, que no deja mucho dinero en otras áreas del Cantábrico, pero que sin embargo va cerrando playas a los bañistas de toda la vida que ya empiezan a protestar.
En la playa de La Zurriola en Donosti ya se producen altercados entre bañistas y los más de trescientos surferos que no dejan la tabla ni a sol ni a sombra. Hay veces en que uno se pregunta si alguna vez duermen, cuando los ves entre el txirimiri de recién amanecida, con la llave de la puerta de su casa o furgoneta tintineando sobre su cuello.
El surf ya deja dinero en San Sebastián, no en otras longitudes donde sus practicantes viajan en furgonetas cutres recordando las Wolsvagen Combis de los ochenta o en tiendas de campaña plantadas en campings o por libre, y comen bocadillos y espaguetis con tomate de bote entre ola y ola.
El País cifra el negocio en 13,7 millones de euros al año en la ciudad de la concha perfecta, con 45 empresas dedicadas y 216 personas empleadas en escuelas, tiendas y demás parafernalia surfera. No llega, por supuesto, a lo que genera el turismo bañista, pero apunta maneras.
Por ahora el conflicto se produce por las aguas y las olas, todavía las toallas no tienen que pugnar por la arena con las tablas, pero el concejal del ramo donostiarra ya ha tenido que intervenir para poner paz y regular -la palabra maldita para los neoliberales ansiosos de abandonar el prefijo «neo»– las olas y su disfrute, mientras Colau batalla con el dragón de AirBnB y similares multinacionales también enmascaradas bajo la «economía colaborativa».
Mientras, en las costas del casi todo el Cantábrico, las furgonetas con surfistas o con jubilados dentro, se plantan en cualquier zona a pasar las vacaciones y solo dejan basura y aguas negras.
La burbuja del surf promete batallas en las playas mientras los apartamentos turísticos, otro refugio de surfistas de baja intensidad, aportan también burbujas ya consolidadas que en España proliferan como las setas. A veces verdaderamente venenosas.